Temas de Empresa & Familia

“¿Por qué si trabajamos más…. cada vez estamos peor?”

 

¿Cómo puede ser que si estamos trabajando cada vez más, no veamos el resultado de nuestro esfuerzo en términos de un flujo de caja menos tenso o de un margen que podamos dedicar a reinvertir en el negocio?

Era un lunes especial en la empresa de don Pedro González, el día en que el contador de la firma realizaría la presentación del resumen de lo sucedido durante el año ante el titular de la empresa y su grupo más cercano de colaboradores.

Se trató de  un año en el cual la actividad de “González e Hijos” había mostrado un nivel de recuperación importante respecto de los anteriores. El volumen de las ventas no solamente se había mantenido sino que incluso creció un 30 %, lo cual motivó la necesidad de contratar nuevos operarios y empleados para llevar adelante la gestión de la Empresa.

Todo hacía pensar que sería una reunión tranquila, en la que habría motivos más que justificados para festejar y brindar por el crecimiento del negocio, tal como podía “leerse” en las caras distendidas de todos. Por ello a nadie extrañó que uno a uno fueran entrando a la sala de reuniones en medio de bromas y risas para así, en ese marco, comenzar la exposición.

A lo largo de la misma, los rostros fueron cambiando, el nerviosismo se fue haciendo presente mientras el silencio se hacía más tenso y el ambiente comenzaba a tornarse incómodo para todos.

El cuadro de situación planteado por el contador era muy claro y no dejaba margen para dudas. La empresa no estaba en buenas condiciones económico-financieras, es más, el nivel de incertidumbre respecto del futuro era más que justificado.

A todos les costaba comprender lo que estaban escuchando y el comentario era casi unánime – “¿cómo puede ser?” – .

 

 

Cómo explicar que, en un período marcado por un crecimiento de un tercio en el nivel de facturación acompañado de un importante aumento de la cartera de clientes, en el cual la empresa estaba trabajando casi a un nivel del 80/90% de su capacidad instalada y durante el cual había sido necesario habilitar 3 turnos de trabajo para poder abastecer las necesidades de producción, el resultado había sido malo?

Esta situación que acabo de describir de manera muy somera, lamentablemente no es tan difícil de encontrar en las pequeñas y medianas empresas hoy en día. La pregunta que surge casi naturalmente es “¿Cómo puede ser que si estamos trabajando cada vez más, no veamos el resultado de nuestro esfuerzo en términos de un flujo de caja menos tenso o de un margen que podamos dedicar a reinvertir en el negocio?.”

Evidentemente, en estas circunstancias hay mucho para analizar junto al empresario. No sólo debemos demostrarle que pueden existir problemas operativos (que seguro serán los más fáciles de identificar) sino que fundamentalmente debemos ayudarle a ser consciente que lo habitual es que estas situaciones suelen ser una manifestación de una forma o un estilo de dirigir el negocio que ya no responde a las necesidades estratégicas y competitivas que el mercado le está demandando.

Muchas veces el pequeño y mediano empresario tiende a confundir conceptos y expresiones que pueden parecer similares pero que no lo son, como por ejemplo:

  • No es lo mismo el crecimiento que el desarrollo para evaluar el grado de evolución de una empresa. Podemos decir, de manera sucinta, que el crecimiento es un concepto que está más relacionado con el mero aumento del tamaño de un cuerpo o de una organización (mayor nivel de facturación, mayor cantidad de empleados, más bienes de capital, más metros cuadrados y hasta una mayor capacidad productiva)  mientras que el desarrollo está vinculado íntimamente con la incorporación de las capacidades para generar mayor valor por parte de la empresa (mayor nivel de conocimiento, desarrollo de competencias, una cultura organizacional alineada con las necesidades del negocio, etc.).
  • No es lo mismo una empresa eficaz que otra eficiente. No es lo mismo hacer las cosas (eficacia) que hacer bien aquellas cosas que realmente hay que hacer y de la manera en que hay que hacerlas. 
  • No es lo mismo una empresa grande que una gran empresa. Una empresa grande es simplemente la que ha crecido, mientras que una gran empresa es la que ha desarrollado las capacidades para brindar un nivel de servicio o de producto diferente, más allá de su tamaño.

 

 

Hay un momento en la vida de las pequeñas y medianas empresas (si no queremos repetir la experiencia de “González e Hijos”) en el cual es preciso ser conscientes que el modelo basado en el mero crecimiento o en la conducción basada únicamente en el seguimiento de las variables numéricas (facturación, nivel de producción, cantidad de personal, por ejemplo) deben dejar de ser los parámetros con los cuales debemos evaluar nuestra gestión y para ello lo primero que debe cambiar es nuestra visión de la función del management o de la dirección de la empresa porque absolutamente ningún cliente estará dispuesto a pagar un centavo extra por nuestros productos si ese centavo esta destinado a “financiar” nuestras ineficiencias en lugar de brindarle un mayor nivel de satisfacción.

Nuestro contexto macroeconómico nos golpea a diario y nos obliga permanentemente a replantearnos cómo estamos trabajando (o al menos cómo deberíamos estar haciéndolo). La falta de liquidez con la que suelen convivir las pequeñas y medianas empresas , la disminución de la demanda de nuestros productos, la excesiva y encarnizada competencia en nuestros mercados, la imposibilidad de contar con un nivel de capital de trabajo acorde a la necesidad de nuestro giro comercial, la caída en los índices de rotación de las carteras, las tasas de interés que debemos abonar para poder financiar nuestra actividad, la presión tributaria, son algunas de las respuestas que comúnmente esgrime el pequeño y mediano empresario al tener que explicar el por qué no logra los resultados que la empresa necesita para continuar su desarrollo.

En esas mismas razones está la raíz del problema, si Uds. las releen verán que en todos los casos la empresa se “coloca” a expensas de lo que decidan los demás, ya sean clientes, competidores, bancos, el gobierno, etc. El hecho de considerarnos “víctimas” permanentes hace que siempre la responsabilidad esté puesta fuera de nuestro alcance y que por lo tanto lo único que podemos hacer es tratar de subsistir redoblando esfuerzos para hacer más de lo mismo (o sea, de lo que siempre hicimos) de la mejor manera posible hasta que todo, supuestamente, cambie (lo cual en la mentalidad de nuestra empresa significa que todo vuelva a ser como una vez fue). Obviamente, hacer más de lo mismo en un contexto radicalmente distinto, nunca va a asegurarnos que obtendremos los resultados que alguna vez hemos logrado pero sin embargo, bajamos la cabeza y arremetemos más fuerte una y otra vez.

 

 

Y por supuesto, no es cuestión de fuerza o de cantidad de esfuerzo, sino de comprender que el contexto no cambiará para nosotros si previamente no cambiamos nosotros mismos. Albert Einstein nos dijo:

”No podemos pretender cambiar el mundo con las mismas herramientas que hemos usado para generarlo en su forma presente”.

Existen varios fundamentos para explicar lo que le ha sucedido a nuestros amigos de “González e Hijos” (y a muchos pequeños y medianos empresarios), algunos de los cuales vamos a enunciar a continuación.

  • Se vive el día a día. No existe planeamiento ni presupuesto de ningún tipo con lo cual, es imposible prever cualquier dificultad y cuando ésta ocurre, debe solucionarse a cualquier costo, con el irremediable impacto sobre la salud de la empresa. El empresario se ubica en medio de la rueda operativa lo cual le quita cualquier posibilidad de tener una perspectiva sobre la marcha de la empresa distinta a la que puede tener cualquiera de sus colaboradores. La visión estratégica de mediano y largo plazo y el análisis que podría realizar desde una posición externa al vértigo del día a día se ve totalmente como imposible. 
  • Se confunde lo económico con lo financiero y ante los problemas de caja (que pasan a ser moneda corriente) se suele privilegiar la visión del flujo de fondos sobre la rentabilidad (pero no de manera consciente). Dentro de la manera de pensar del empresario parecería que no hay un claro reconocimiento de las consecuencias económicas de ciertas decisiones hasta que aparecen “mágicamente”  en el cuadro de resultados. Pocas veces es plenamente consciente  del impacto, por ejemplo, de costo de los fletes adicionales como resultante de una mala planificación de producción o por una logística que únicamente despacha productos sin evaluar las mejores opciones y condiciones.

  • Se privilegia lo urgente sobre lo importante. Nunca se cuenta con el tiempo necesario para realizar los análisis y replanteos que la empresa requiere porque el empresario se encuentra siempre demasiado ocupado. De ese modo, los problemas y los errores se repiten una y otra vez con los costos y gastos extras que ello implica y que, para completar el cuadro, tampoco se analizan respecto de su razón de ser. 
  • Se recurre siempre al voluntarismo como medio de solución de cualquier problema. Parecería que cualquier dificultad puede solucionarse sólo con más horas de trabajo, con más personas ocupadas, con jornadas laborales más largas, etc. Pero no es así, no siempre es posible competir con incrementos en la cantidad de empleados cuando nuestros competidores están invirtiendo en nuevas tecnologías. No es posible simplemente pensar que los clientes y/o proveedores “acompañarán” a la empresa en cualquier circunstancia y que sabrán justificar nuestras deficiencias basándose en la cantidad de años de relación comercial. Es impensable que el gerente del banco nos brinde la línea de crédito que necesitamos porque la empresa está compuesta por “buena gente de trabajo” 
  • Se suelen confundir los medios con los fines, por ejemplo, el nivel de facturación es uno de los medios, y sólo uno, para alcanzar la rentabilidad. Pero como hemos mencionado, muchas veces para aumentar la facturación (el medio) resignamos rentabilidad (el fin) vía descuentos, promociones, etc. o damos plazos de cobranza demasiado generosos o directamente le vendemos a clientes de dudosa reputación. 
  • No se consideran los costos ocultos de mantener un determinado nivel de actividad sin el correspondiente nivel de calidad de gestión. Desde la perspectiva del empresario pyme parecería que las únicas consecuencias de elevar el nivel de actividad sería elevar el nivel de ingresos. Prácticamente nunca se analiza y se pondera las consecuencias negativas de esa decisión en términos del incremento de costos y del esfuerzo al que se ven sometidos los activos de la empresa. Mantener un nivel de actividad excesivo durante un período extenso puede poner en serios riesgos nuestra capacidad de producción a futuro si las maquinarias, por ejemplo, no están preparadas para ello . 
  • No hay una visión realista del mercado atendido y de las posibilidades de la empresa para atenderlo competitivamente, con lo cual, muchas veces, con la “sana intención” de venderle a todos los clientes no somos conscientes que no contamos con los recursos necesarios (capital de trabajo) y por lo tanto, lo habitual es que todos los clientes se sientan disconformes y con un nivel de insatisfacción muy alto. Como consecuencia de ello, la fidelización de nuestros clientes disminuye y el costo de tener que reponer los clientes perdidos, aumenta.

 

 

  • No se cuenta con el flujo de fondos necesario. No es extraño que encontremos un elevado nivel de inmovilización de activos especialmente en deudores por ventas (consecuencia de un aumento de ventas sin la correspondiente eficiencia de las cobranzas) o en bienes de cambio (porque no siempre los pronósticos de ventas y producción se encuentran bien integrados). Como consecuencia de dicha inmovilización de activos, comienzan a acumularse saldos en el rubro de cuentas a pagar (ya sea comerciales y/o fiscales) pero lo que es peor, comienza a deteriorarse la imagen de la empresa y por lo tanto, el riesgo de trabajar con ella. Los bancos comienzan a “castigarla” con condiciones (tasas de interés) más elevadas que las habituales en el mercado como fruto de la situación. Los proveedores optan por cotizarnos a precios que también tienen incorporados el factor de incertidumbre respecto de la posibilidad de recuperar su capital (cuando nos siguen vendiendo). También suele suceder que algunos de ellos opten por no trabajar más con la empresa y por lo tanto haya que abastecerse con otros que o bien nos cobran valores muy por encima de los habituales en el mercado o nos obligan a pagarles de manera inmediata. Ambos casos implican contar con una liquidez que la empresa no suele tener, y que necesita para poder operar, por lo tanto, lo habitual es que se intente recurrir a la financiación bancaria o extra bancaria con el sobre costo que ello implica y que no siempre reflejamos  sobre el margen de rentabilidad, hasta que la realidad nos golpea a fin de mes. 
  • Es común que las pequeñas y medianas empresas presenten un notorio desbalance entre las cuentas a cobrar (calidad de las mismas, plazos y solvencia de los deudores) y las cuentas a pagar. No es extraño para una pyme el sentir permanentemente que la fecha de pago siempre es un compromiso cierto y conocido mientras que la fecha de una cobranza es simplemente una posibilidad. Es demasiado habitual que para mantener el nivel de actividad con el objetivo de generar los recursos para poder seguir “girando” aún en las condiciones mencionadas en el punto anterior, la empresa tome riesgos muy importante respecto de sus actividades. Y creo que todos los que conocemos la problemática pyme sabemos que si el empresario tiene como preocupación y ocupación fundamental de cada día el tener que cubrir el banco, durante ese tiempo, no puede dedicarse a dirigir el negocio ni a desarrollar nuevas oportunidades para que su empresa evolucione.

 

Por supuesto que éstos son solamente algunos de los hechos que afectan la vida de las pequeñas y medianas empresas, pero lamentablemente, en la mayoría de los casos son situaciones  que no por conocidas, son evitadas. Peor aun, no sólo el empresario se ha acostumbrado tanto a ellas que ya no las ve (aun cuando las tiene delante suyo) sino que tampoco las relaciona con el impacto directo que tienen sobre la rentabilidad, ocasionándole sorpresas tan desagradables como la planteada en el comienzo del artículo.

Por lo tanto, la empresa que hasta ahora estaba girando frenéticamente como un trompo recién lanzado,  comienza a perder el impulso inicial y corre el riesgo de caer en cualquier momento. La única defensa que intenta el empresario es aumentar el ritmo de giro del negocio pero eso no ataca la raíz del problema, que permanece inalterable. Así como habitualmente decimos que el dirigente de la pyme pasa gran parte de su día apagando incendios en este caso podemos decir que el aumentar el ritmo de giro de la empresa, tiene el mismo efecto que un gran viento sobre un incendio, lo avivará mucho más aún y paradójicamente cuánto más se trabaje, peor  estará.

Lamentablemente, para el empresario, este cuadro no se soluciona con dinero (acceso al crédito) y digo, lamentablemente porque el problema es mucho más profundo. Es necesario replantearse drásticamente todo y cuánto la empresa hace y cuestionarlo desde la visión del valor generado para nuestros clientes.

La situación puede comenzar a encauzarse cuando se tome conciencia de lo que realmente está sucediendo, cuando se tome la decisión de “atacar” el órgano inflamado y no sólo se contente con intentar bajar la fiebre que no es más que un reflejo del verdadero mal.

El empresario debe reconocer esta situación y aceptar que debe cambiar su estilo. Cuánto?  TODO lo que sea necesario para que la empresa se torne competitiva y eso implica no solamente redefinir su rol dentro de la gestión sino incorporar nuevas formas de ver las cosas, porque como planteara Paul Allaire:

Para hacer las cosas de manera diferente… hay que verlas de manera diferente” 

Únicamente de este modo, dejaremos de preguntarnos “por qué si trabajamos más…. cada vez estamos peor”

 

 

 

 

 

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Los acuerdos de continuidad empresaria, una herramienta imprescindible para la consolidación del proyecto

 

Una herramienta que hasta hace poco era privativa de las Pymes no familiares, como mecanismo para evitar tener que asociarse a los herederos de los socios originarios, está usándose cada vez más en las empresas familiares, para evitar que herederos no formados sean parte de la empresa, o  la incorporación a la propiedad de los parientes políticos.

 

LA FE COMO BASE DE LAS INSTITUCIONES 

¿Qué es primero, la empresa o la familia?

Si pudiéramos ver los cimientos de una construcción empresaria, nos sorprenderíamos: ninguna está primero. Porque la base real  es un acuerdo de individuos, y la empresa sólo se sostiene si el acuerdo está vigente.

Muchas empresas de familia comienzan, no con un acuerdo, sino con la acción: la acción individual de un fundador o fundadora, que en su avance va juntando ayuda, muchas veces de sus propios parientes.

El emprendimiento avanza, y en algún momento se llega al proceso de transferencia generacional. Es en ese tiempo en que resulta necesario cambiar el motor, y desde entonces la base ya no será la acción, sino el acuerdo.

Y en este punto, la empresa de familia no es diferente del resto de las instituciones humanas: todas funcionan mientras la fe mutua depositada en ellas se mantiene viva. Y este principio se aplica a instituciones tan disímiles como la moneda, la república o la organización de las asociaciones.

Ni la empresa ni la familia escapan a esta regla. Por eso en tiempos  fundacionales, en tiempos de cambio y en tiempo de crisis, la primer inversión es comprometerse en la construcción de los acuerdos de continuidad empresaria que sostendrán la empresa.

A su vez, mantener vivos esos acuerdos  va a demandar una periódica revisión: por lo menos con el ingreso de cada generación, pero también frente al fallecimiento de alguno de los accionistas, o cuando se decide encarar un negocio con asociados, o cuando se altera el propósito de los participantes en el negocio. 

Cuando esos acuerdos abarcan aspectos patrimoniales, pero también establecen pautas de conducta para los participantes, los denominamos “protocolos familiares”.

Dentro de los protocolos familiares, o, a veces, como un acuerdo independiente con valor legal autónomo, se desarrolla el acuerdo de continuidad empresaria, en el que nos vamos a concentrar ahora.

 

 

EL ACUERDO DE CONTINUIDAD EMPRESARIA

El acuerdo de continuidad empresaria es una figura nueva en el vademécum legal, lo incorporó la última reforma del derecho privado en el 2015 con el Código Civil y Comercial de la Nación.

Contempla un contrato excepcional, una situación única en que la ley se abre permitiendo a los particulares “modificar” el modelo de sucesión de bienes en caso de fallecimiento, y autoriza a contratar sobre la herencia,  tema que hasta entonces en nuestro derecho se encontraba reservado al orden público, y no podía ser materia de acuerdos privados, ya que se podía ser dueño de los bienes en vida, pero frente al fallecimiento era la ley la que determinaba el destino de los bienes.  

La innovación obedece a la corrección de una norma que frustraba emprendimientos valiosos, proyectos que se disolvían con la dispersión de la propiedad al tiempo de las sucesiones.

El Código Civil y Comercial de 2015 incorporó el artículo 1010, que contempla una excepción a las reglas sucesorias rígidas, para el caso en que existe un emprendimiento empresarial  o sociedad común.

Textualmente el artículo dice, regulando la “Herencia futura”:

“La herencia futura no puede ser objeto de los contratos ni tampoco pueden serlo los derechos hereditarios eventuales sobre objetos particulares, excepto lo dispuesto en el párrafo siguiente u otra disposición legal expresa.

Los pactos relativos a una explotación productiva o a participaciones societarias de cualquier tipo, con miras a la conservación de la unidad de la gestión empresaria o a la prevención o solución de conflictos, pueden incluir disposiciones referidas a futuros derechos hereditarios y establecer compensaciones en favor de otros legitimarios. Estos pactos son válidos, sean o no parte el futuro causante y su cónyuge, si no afectan la legítima hereditaria, los derechos del cónyuge, ni los derechos de terceros.

 

Los pasos en un convenio de continuidad empresaria.

Los miembros de la empresa familiar acordarán el “rompecabezas”  con todo el patrimonio familiar en la mira.

De esta manera la distribución de la herencia preservará la unión de la empresa, y los contratantes harán las compensaciones necesarias, pero tendrán la mejor oportunidad de evitar “el desguace” del patrimonio común.

El primer paso será determinar quienes están dentro y quienes están fuera del proyecto, y como está cada uno, quienes no estarán y encararán un proyecto privado, quienes se eligen socios, definir las compensaciones es arte de negociación y reconocimiento.

 

 

En particular, el acuerdo de continuidad empresaria apunta a resolver dos situaciones:

1.- En los casos de empresas en las que se selecciona a algunos herederos en particular para la continuidad (lo que Leonardo Glikin llama el “modelo Selectivo”) se establece la cantidad de dinero, o los bienes que se atribuirán a los herederos que quedan desplazados de la propiedad de la empresa.

2.- En los casos en que se decide evitar la participación de parientes políticos, los acuerdos de continuidad empresarial permiten establecer el monto por el cual los herederos que no son consanguíneos dejarán de participar en la sociedad, e incluso proveer los recursos necesarios, a través de un seguro de vida, para que se pueda ejecutar lo acordado.

Para concluir, destaquemos que este tipo de convenios ha sido muy útil históricamente en las empresas Pymes no familiares, dado que posibilitan que, en caso de fallecimiento de un socio, su familia reciba una cantidad de dinero, en lugar de verse obligada a incorporarse a la gestión de la empresa.

Ahora, con la profundización en cuanto a herramientas patrimoniales y de gestión para empresas familiares, los acuerdos de continuidad empresarial se convierten en una herramienta invalorable, para que aquello que decide la familia se pueda cumplir.

 

 

 

 

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Una sentencia manda a realizar una consultoría de empresa familiar

 

Para que la sangre no llegue al río, la Justicia dispuso que un hermano y una hermana concurran a una consultoría de empresa familiar, como modo de resolver el conflicto que los separa.

La Jueza Griselda Nieto, de Tartagal, dispuso rechazar una serie de medidas peticionadas en un juicio entre un hermano y una hermana, en relación a la empresa familiar que ambos heredaron, por considerar que esas medidas no servirían para resolver el conflicto entre las partes.

En cambio, y en una decisión inédita dispuso que ambos hermanos deben concurrir a una consultoría en materia de empresas familiares, a cuyo fin dio como ejemplo a la lista de profesionales del Instituto Argentino de la Empresa Familiar (www.iadef.org)

De esta forma, la Jueza se apartó de la lógica de ganadores y perdedores en un conflicto familiar, porque entendió, con absoluta claridad, que en este tipo de situaciones pierden todos, y en especial pierde la sociedad, dado que una empresa familiar es una organización demasiado frágil como para quedar expuesta a juicios, que pueden extenderse entre siete y diez años.

La experiencia indica que, cuando esos juicios finalizan, en muchos casos la empresa ya está herida de muerte: porque el conflicto trascendió a la familia, y ya todos los proveedores, o los clientes, están al tanto de la situación. Y eso empaña la imagen de la empresa en los ámbitos más significativos, y hasta, en algunos casos, afecta su capacidad de crédito.

 Comentando este fallo en un artículo publicado en el boletín del IADEF, yo hacía un paralelismo con lo que ocurre si dos o más personas se entrecruzan disparos en un avión en pleno vuelo. Independientemente del hecho de que alguno reciba una bala, lo más probable es que sea el propio avión el que se caiga, con todos los que estaba transportando…

 

 

Este es el texto del fallo que comentamos: .

“Disponer que los hermanos /////////////////////////////////////////deberán acogerse a una consultoría integral  especializada en empresas familiares a los fines de alcanzar la profesionalización de la empresa y reducir la conflictividad  familiar e interempresarial judicial y extrajudicial , tales como (las que integran)  IADEF y/o cualquiera de su preferencia”

En síntesis, el fallo recoge la siguiente doctrina:

1.- Que, probablemente, la oposición entre las partes no se limite a lo que está planteado judicialmente, sino que se extiende a temas de organización de la empresa, la definición de propósito de sus integrantes, y temas relativos a la participación familiar en el trabajo, el gerenciamiento y la dirección de la empresa.

2.- Que la profesionalización de la empresa genera cambios que resultan más útiles para el futuro que el hecho de que alguien gane o pierda un juicio.

3.- Que las medidas judiciales, tales como  intervenciones, controles extraordinarios, pedidos de informes, no sólo no ayudan a mejorar la situación, sino que en muchos casos la agravan, al tornar el conflicto en irreversible frente a alguno de los contendientes más que enojado con el otro o con el propio sistema judicial. 

Dado que un distinguido grupo de consultores, nucleados en el IADEF, está trabajando para prestigiar la marca de Consultor de Empresa Familiar Certificado – CEFC ® podemos considerar este fallo judicial como un premio por los esfuerzos realizados, y un desafío para seguir en esta senda, ligada al éxito empresario y la felicidad familiar.

 

 

 

 

 

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