Temas de Empresa & Familia

Ego + resistencia al cambio = fracaso asegurado

 

 

Hace unas semanas recibí la llamada telefónica del gerente de un área estratégica de una muy importante empresa invitándome a acercarme a su oficina para conversar un poco sobre algunos problemas que estaba teniendo en su trabajo.

Cuando ingresé a su despacho, me encontré como suele suceder, con un gerente que supuestamente manejaba todos los hilos de su área con solvencia, conocimiento y experiencia quien me comenzó a contar el estado actual de su gestión para derivar en la preocupación de cómo estaba evolucionando la empresa (o mejor dicho des-evolucionando” si existiera la expresión).  La conversación comenzó a centrarse en todas las dificultades que tenía para poder desenvolverse “bien” en una organización que estaba viviendo de sus éxitos pasados y en la cual, dada su cultura paternalista y verticalista, era “imposible” generar cambios o realizar sugerencias, con lo cual simplemente era transitar el camino de una crónica de una muerte anunciada. (Aclaro: esta persona tiene “llegada” directa al Nro. 1 de la organización, que no es otro que el propio dueño).

A medida que seguíamos hablando “el gerente” iba despojándose una a una de las distintas “capas” sobre la que asentaba su investidura y su poder formal dentro de la empresa para mostrarse como una persona abatida, nerviosa, insegura y casi resignada a su suerte. Comenzar a mencionar la intransigencia del carácter del dueño de la empresa, su deseo de hacer siempre las cosas como le gustan, su visión poco actual, los problemas de relación con los otros gerentes, los tiempos de las tomas de decisiones críticas y el carácter pasivo de la cultura organizacional fueron sólo algunos de los temas a los cuales echó mano para justificar porque una persona como él, gerente exitoso en otros trabajos, hoy en día tenía las manos atadas y no podía cambiar el rumbo.

Creo que muchos de quienes lean estas palabras habrán pasado por circunstancias similares ya sea en el rol de gerente o del consultor. Es una situación que retrata bastante por qué muchas veces personas con grandes pergaminos o éxitos, suelen fracasar en nuevas actividades.

 

 

Y el primer punto que creo necesario destacar es que haber tenido éxito en un momento no es garantía de nuevos logros. No es como un diploma que uno recibe en un momento y que de algún modo ampara todo lo que uno haga de ahí en más. El éxito necesita ser revalidado en todo momento ya que en caso contrario sólo será un nostálgico recuerdo.

Muchas personas se olvidan de ello y cuando cambian de funciones o de empresa, simplemente intentan volver a montar las condiciones que les permitieron ser exitosos como si eso solo bastara para alcanzar el resultado. Replican los mismos procesos, utilizan las mismas herramientas, los mismos formularios, etc., etc. pero se olvidan de algo fundamental: todos los elementos mencionados son medios que adquieren un valor dentro de cierto contexto. Responden a las necesidades de las personas,  los valores y por ende de una cultura que no es la misma y por lo tanto todo lo anterior es relativo.

Cuando le pedí que me explique qué significaba su expresión “todas las dificultades que tenía para poder desenvolverse bien” y especialmente, cómo define el concepto de “bien”. La respuesta fue muy rápida: desenvolverse bien era…. hacer las cosas que hice siempre, manejarme como lo hacía en mi trabajo anterior.

Y cuando le pregunté sobre su expresión “dada su cultura paternalista y verticalista, era imposible generar cambios o realizar sugerencias”, la respuesta fue muy similar: “no puedo conducir y lograr resultados en estas condiciones porque no puedo hacer lo que sé hacer”.

A muchos profesionales les sucede que creen tener una receta que hay que aplicar, cuando la realidad es que el éxito los acompaña cuando comprenden profundamente las nuevas condiciones en las que deben operar y desarrollan los caminos adecuados y específicos para cada situación.

 

 


Si una cultura es “imposible” de penetrar, es muy probable que, como profesionales, hayamos equivocado el camino. 
 Alguien me dijo una vez: no hay imposibles, hay imposibilitados y cada vez estoy más convencido de ello. El rol de quien conduce no es adaptar la cultura a su comodidad sino considerar la cultura existente como el desafío que debe superar para lograr sus objetivos, es la materia prima con la que debe trabajar, no es el enemigo a vencer.

Cuando uno lucha quiere vencer e imponer sus “verdades” y lo hace desde afuera del grupo, no es el caso de un gerente. Debe trabajar CON el grupo, desde adentro, interactuando primero para comprenderlo, escuchando con humildad para luego (como si hiciera un análisis de mercado) definir la mejor estrategia para poder generar los cambios con el mínimo de resistencia.

Conozco muchos casos de personas que luego de tomarse el tiempo necesario descubrieron que lo aparentemente imposible no lo era y que los resultados se obtienen.

Trabajamos bastante con la persona que me convocó, afortunadamente pudo comprender que la realidad con la que debía trabajar era la que lo rodeaba y no la que él hubiera elegido si hubiera podido. Que el carácter del dueño era, el que era y no el que le hubiera gustado que tenga. Que ésas eran las “restricciones” del contexto donde debía desempeñarse y que por lo tanto, no se modifican por decreto sino con trabajo, con influencia, con inteligencia y con dedicación.

A los pocos meses, volvió a convocarme pero esta vez, me encontré con otra persona. Jovial, entusiasmado, motivado y mucho, mucho más distendido que la primera vez.

“No sabes – me dijo – en este tiempo hemos detectado una cantidad de oportunidades de mejora y de desarrollo para alcanzar los objetivos,  y las hemos podido llevar a cabo!!!”.  (nota del consultor: “hemos” ha dicho no “he”)

 

 

“Teníamos en el equipo algunas personas que aportaron visiones muy interesantes y me permitieron comprender muchos de los problemas que nos aquejaban” (nota del consultor:  “teníamos en el equipo” lo dice como parte del mismo y no habla de sus empleados, reconoce las capacidades de los demás y no se cree el único que debe tener razón).

“Y tu relación con el dueño?”, le pregunté.

“Mejor que nunca!. Sabes que no era ni tan cascarrabias ni tan cerrado?”

“Cómo explicas el cambio entonces?”, le dije

Me miró a los ojos y me dijo: “no cambió él, cambié yo”.

Y me explicó que dedicó mucho de su tiempo para aprender a escuchar al empresario. A comprender el fundamento de su manera de ver las cosas. Aprendió a escucharlo para entenderlo y no para contestarle o refutarle sus planteos.  Desarrolló la capacidad de poder tender puentes entre las dos visiones y a buscar puntos en común.

En definitiva, cuando ambos tomaron conciencia que no se trataba de una competencia para ver quien tenía más poder, los dos bajaron la guardia y conformaron un equipo de trabajo. Los resultados? Por supuesto que llegaron y fueron de los mejores!

 

  • Juan Carlos Valda es Licenciado en Administración de Empresas, director de www.grandespymes.com.ar y miembro de CAPS Consultores

 

 

 

 

 

 

 

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Vender un proyecto a la familia

“Al consultor de empresas familiares lo llaman por diferentes problemas: de sucesión, de liderazgo, u otras cuestiones. Pero siempre, en la base, hay un problema de comunicación”

Transcripción del 6to programa de 2021 de “Empresa y Familia – Modelo para armar”, conducido por Leonardo Glikin y Carlos Liascovich.

Carlos Liascovich: Buenos días. Una nueva emisión de Empresa y familia: modelo para armar. Y con nosotros las palabras iniciales, como siempre, de Leonardo Glikin.

Leonardo Glikin: Hola, buenos días a todos. Hoy vamos a hablar de algo muy particular, que es vender un proyecto de protocolo a la familia.

Entonces dice Alberto: “Muy interesante todo lo que me explicaste, Doc. Entiendo que este trabajo con ustedes nos va a servir para evitar conflictos y arreglar algunas cositas que no están del todo bien en la empresa. Ahora déjame que le venda el proyecto a la familia”.

Y yo, en ese momento, lo miré y le contesté: “O sea, veo que estás decidido a que este proyecto no se puede llevar adelante”. Alberto se sorprendió y entonces me pidió que le explicara por qué le decía eso.

Entonces le dije: “ocurre que lo que le tenés que vender a tu familia es la idea de que ustedes podrían comunicarse de una manera diferente, aceptar las diferencias de forma de pensar entre padres e hijos, entre hermanos, entender que no todos tienen el mismo compromiso con el trabajo, ni la misma vocación y, en algunos casos, ni siquiera la misma capacidad. Que quizás, después de revisarlo un poco entre todos, concluyo en que no son justos los sueldos que están cobrando y que algunos de los miembros de la familia no tendrían que estar en la empresa”.

 

 

Y seguí hablando, le dije: “Empieces por donde empieces a plantear la cuestión, cada uno se va a imaginar en seguida aquellas cosas en que el cambio podría ir en contra de sus intereses o de sus costumbres. Entonces, para cada uno de ellos, aunque sea por diferentes razones, les va a resultar más cómodo el no, no hacer nada, no moverse, en definitiva, en tus palabras, no comprar”.

Entonces me dijo Alberto: “¿Tu conclusión es que no se puede hacer nada?”.

“Por el contrario”, le contesté, “mi conclusión es que podemos mover montañas, pero si empezamos por donde hay que empezar, es decir, por el primer paso. Tu intento de vender la propuesta es equivalente a que le propongas matrimonio a una mujer antes de invitarla a tomar un café”. “La boca se te haga a un lado”, me dijo Alberto, “creo que vos no sabés cómo es mi familia”.

“Alberto, yo no tengo ninguna duda de que tu familia es muy particular, porque cada uno tiene su historia, su forma de relacionarse con los demás, sus propios anhelos. Sin embargo, en algún sentido, las familias empresarias tienen algunos rasgos en común. Casi todas están esperando poder hablar de los temas que realmente les importan, aunque también teman ese momento; casi todas querrían tener más certezas respecto de cómo manejarse en el futuro; muchas necesitan ordenarse de una manera clara, estableciendo normas de procedimientos que sirvan en las buenas, pero muy especialmente en las malas”.

 

 

“Y entonces, frente a lo que decís, ¿qué es lo que tengo que hacer?”.

“Y, bueno, como te dije”, le contesté, “empecemos por el primer paso. Lo único que tenés que hacer es organizar una reunión distendida con todos los miembros de la familia, con los que están en la empresa, con los que no están en la empresa, con los que estuvieron, y simplemente explícales que van a escuchar cosas que tienen que ver con sus intereses y con su deseo de que la empresa pueda continuar en el tiempo. Y lo más importante, que esa presentación no los obliga a nada, es simplemente una oportunidad para pensar cosas que, en una de esas, nunca pensaron”.

“Bueno”, dijo Alberto, con un poco de escepticismo, “este encuentro que me proponés puede llevar a que mi familia acepte participar en este proyecto, pero también puede llevar a que no”.

“Sí Alberto, ese es el riesgo que corremos, pero démonos la mejor oportunidad, y la mejor oportunidad es que tu familia tenga la oportunidad de percibir que cada uno de ellos va a ser escuchado en un clima de neutralidad”.

 

 

 

 

 

 

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Una creación colectiva de la familia empresaria

 

 

“Cuidamos el futuro de empresas con historia”, es nuestro lema en CAPS Consultores. Una historia que merece ser recordada y contada a las nuevas generaciones, que merece encuadernarse en un Libro de la Empresa, o en una página web muy especial.

 Encarar el desafío de registrar la historia de una familia y de una empresa puede ser fuente de enormes satisfacciones.

A veces, es consecuencia de la iniciativa personal de un miembro de la familia; en otros casos, es el propio Directorio de la empresa el que propone su concreción.

Puede ocurrir que, por la llegada de una nueva generación que se empieza a interesar por la empresa, la confección del libro, o la estructuración de un sitio web con fotos e historias compartidas resulte una tarea convocante. Es una oportunidad para celebrar la iniciativa de los mayores (que en muchos casos ya no están), de plasmar en un mismo espacio recuerdos imborrables, y de transmitir a los jóvenes la historia que los llevó hasta aquí.

También es apasionante registrar, a través de fotografías con enorme valor testimonial,  cómo fue formándose la familia: la llegada de los chicos, y los hitos más significativos que son, en definitiva, patrimonio de todos.

 

 

 

Al mismo tiempo, la posibilidad de ligar los acontecimientos familiares y empresarios con los eventos políticos, económicos y sociales en la región, el país y el mundo, permite entender y transmitir con mayor profundidad las circunstancias en las que comenzó, se desarrolló y se consolidó el proyecto.   

El proceso de realizar el libro de la empresa ayuda a entenderse mutuamente, disfrutar de  la riqueza compartida, y valorar  el aporte de cada uno, entendiendo que las diferencias son naturales en cualquier grupo humano, pero que más importante resultan los puntos en común.

Hay diferentes finalidades para hacer un libro de la empresa:

  • Para homenajear a la Generación Fundadora
  • Para establecer un documento unificado respecto de la historia, que pueda ser compartido con clientes, proveedores, trabajadores y familia.
  • Como símbolo de pertenencia, tanto para los miembros de la familia empresaria, como del personal más fiel a la empresa.
  • En el marco de las funciones del Consejo de Familia, como un elemento de cohesión y participación de sus miembros.
  • Como punto de partida para una serie de actividades de significación cultural, que sitúen a la empresa en su dimensión humana.

 

 

A su vez, el libro puede ser un elemento clave en una campaña de posicionamiento de imagen de la empresa, o el punto de partida para un proyecto de crecimiento sostenido.

En algunas familias lo visual y tecnológico resulta dominante. Probablemente, en esos casos, más que por un libro se opte por un blog, o un website.

En cualquier soporte, la idea de reunir imágenes y textos de la historia de la empresa y de la familia, es una manera de conocer más, de aprender y valorar el pasado en común.

 

 

 

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